Cuando entraron 4 personas juntas en consulta, enseguida me temí lo peor: había
una nueva boyband en la ciudad. Me
conciencié para escuchar aburridos problemas de ego típicos de un grupo de
chicos para adolescentes, como aquella vez que Andy y Lucas vinieron presas de
la desesperación porque nadie sabía cuál de los dos era cuál. Pero no fue así y
me topé con uno de los casos más curiosos a los que me he enfrentado
últimamente, sólo superado por el caso de R., un altruista extremo fóbico a los solomillos y que era incapaz de comerlos ¡e incluso nombrarlos! porque le parecía
el manjar más egocéntrico y egoísta de toda la estepa culinaria “es que se
llama solo-mi-yo”, me decía entre sollozos.
La imagen que se me presentaba era cuanto menos peculiar.
Uno de ellos no llamaba especialmente la atención, pese a ser el que más signos
de desesperación parecía poseer, pero los otros tres daban la sensación de ser
una contradicción en sí mismos, como una hamburguesa vegetal o el término “inteligencia
militar”. Como siempre, y por si es de su agrado, les dejo una transcripción de
la entrevista que les realicé a esta especie de hermanos Dalton de consulta:
-
SERVIDOR:
Bueno, bueno… por dónde empezamos, las primeras preguntas me parecen obvias
¿Cuál es el motivo de consulta y por qué no han venido por separado?
-
DALTÓN
1:
Le responderé primero a la primera y luego entenderá la segunda. Verá doctor, yo he sido el que ha tomado la determinación de venir viendo que
la situación se había vuelto insostenible. Yo siempre me he considerado un tipo
muy dependiente o indeciso, no sé, me cuesta mucho tomar decisiones y he dejado
escapar grandes oportunidades laborales y personales por ese motivo...
-
S:
Bueno, por lo pronto ha tomado la decisión de venir hasta aquí, los grandes
cambios empiezan por pequeños pasos –le dije intentando resaltar la decisión de
venir a verme.
-
D1:
Sí, me ha costado mucho venir. De hecho es la primera decisión propia que tomo
en meses y ¡la he tenido que tomar por mí y por estos tres! ¡Imagínese qué
responsabilidad!
-
S:
Continúe exponiendo su caso, por favor.
-
D1:
Trabajo en una empresa de consumibles para impresoras. Soy uno de los operarios
responsables de probar que los cartuchos de tinta y tóners estén en buen estado
para posteriormente proceder a su embalaje. Yo no aspiraba a mucho más que eso,
es un trabajo sencillo y medianamente remunerado que no requería demasiado
esfuerzo ni capacidad de decisión. Además, era el rey de la máquina de café con
mi chiste de “¿Esta hoja es tuya o es
impresión mía?”. Un día vi un cartel -con una impresión de muy mala calidad, todo hay que decirlo- en el que se anunciaba que se abría un proceso de
selección interno en la empresa para ascender de categoría. Había un hueco como
limpiador de cabezales de impresión: el sueño de todo operario de impresoras.
Cuando fui a apuntar la dirección mail a la que debía enviar el CV vi una
enorme y espeluznante sombra que se disponía a hacer lo mismo que yo. Pero cuando
me di cuenta que era mi propia sombra respiré tranquilo. No fui capaz de
apuntar la dirección por miedo. Se lo comenté a un amigo y me dijo que a él le
pasaba lo mismo hasta que se decidió a contratar los servicios de un coach.
-
S: ¿Un coach?
-
D1:
Sí, una persona que te guía en tu día a día y te insufla felicidad, un asesor personal que te ayuda a
tomar decisiones, a encarar la rutina con optimismo, a generar pequeños cambios
en el comportamiento que tengan su consecuencia a la hora de relacionarme con
los demás y realizarme como persona.
-
S:
Vaya, suena...¿Y no le funcionó?
-
D1:
Al principio sí, pero ahora creo que es un engañabobos. Inicialmente iba dando pequeños pasos en mi día a día, iba progresando y cuando iba a una cafetería ya no tardaba dos horas en decidir si quería café sólo o con leche, ¡gracias a mi coach! Hasta que hace un mes
a mi coach le dejó su pareja y todo cambió. En casa del herrero...
-
S:
¿Y qué pasó con su coach? ¿Cesaron su relación coach-cliente?
-
D1:
¿Ve al más alto de estos tres? Ese es mi coach.
-
S:
¿El de la cara de aceituna amarga?
-
D1:
El mismo.
-
S:
¿Y qué pasó?
-
D1:
Que obviamente no fui capaz de romper mi
relación con él por mí mismo y mi coach pidió consejo a su propio coach para
saber qué hacer.
-
S:
¿Su coach tiene un coach?
-
D1:
Sí, y tiene la peculiaridad de que cita a sus clientes en un restaurante vasco
para ir comiendo cocochas mientras ejerce de coach. Es ese de la barba que está
bailando con el perchero.
-
S:
¿Trata de decirme que el coach de su coach, el cual come cocochas mientras
coachea, es esa persona que piensa que mi perchero es Ana Obregón?
-
D1:
Efectivamente, hemos venido en su coche.
-
S: Estoy patidifuso. Continúe, continúe.
¿Cómo el coach de su coach ha acabado bailando con un mueble sin invitarle a
una copa?
-
D1:
Como ya le he dicho el coach de mi coach es fan de las cocochas. Yendo al
restaurante en su coche vio el anuncio de una heladería y le dio un síncope
porque es fóbico a los cucuruchos. Todavía no se ha recuperado.
-
S:
El coach de su coach, yendo en coche a por cocochas vio un cucurucho y le dio
un arrechucho. ¿Es eso?
-
D1:
Si. Hacía tiempo que no le pasaba y como no sabía que hacer pidió consejo a su
coach.
-
S:
¿El coach de su coach tiene un coach?
-
D1:
Si, pero odia las cocochas. Es esa chica que busca mensajes ocultos entre las
líneas del “TEO va al psicólogo” que
tiene en la mesa.
-
S:
No sé si preguntarlo, pero ¿qué le pasa al coach del coach de su coach?
-
D1:
Que tiene un extraño episodio –yo creo que psicosomático- y piensa que es Pluto.
-
S:
¿Causado por qué?
-
D1:
El coach del coach de mi coach, vino en el coche del otro coach a ofrecerme sus
servicios tras el incidente del cucurucho cuando iba a por cocochas del coach
de mi coach. Una vez allí, no sé si por el embriagador olor a tinta o porque
sin querer le di con una impresora en la nuca, empezó a pensar que los tóners
de tinta que yo revisaba formaban parte de una conspiración mundial para que
Pimpinela dejara de discutir. Veía mensajes ocultos, ya sabe. Y empezó a pensar
que era Pluto.
-
S:
Es la situación más rocambolesca que he visto en meses. Me estoy mareando…
-
D1:
¡Imagínese cómo estoy yo! ¡El que no podía decidir sin ayuda era yo! ¡Y ahora
tengo una especie de muñeca rusa de coaches que he asumido bajo mi
responsabilidad porque no he sabido
decirles que no!
-
S:
Menudo panorama…
-
D1:
¿Qué me va a contar? ¡No como, no duerno, no salgo, no nada! ¡Se han vuelto más
dependientes que yo! ¡No dan un solo paso sin consultarme! ¡Me paso el día
desgranándoles la realidad para que vean que pueden decidir por sí mismos sin
ayuda del asesor personal en que me he convertido para ellos! No sé qué hacer…
-
S:
O sea, ¿está haciendo de coach de su coach, de coach del coach de su coach que
come cocochas en el coche y tiene fobia a los cucuruchos y le dió un arrechucho y de coach de la coach
del coach de su coach que piensa que es un chucho? ¿y usted al fin y al cabo lo que quería era un coach que
le ayudara a ascender para ser limpiador de cabezales cochambrosos?
-
D1:
Ese es el gran resumen. ¿Qué me aconseja?
-
S:
No sabría que decirle…De repente me veo incapaz de tomar una decisión como
esta...
-
D1:
Igual necesita un coach –dijo irónicamente.
-
S:
¿Conoce alguno? Bromeé para rebajar la tensión.
Y desperté 48 horas después con un tremendo dolor de
cabeza y la impresora destrozada a mi lado. ¡Ouch!