miércoles, 1 de junio de 2011

Remember (II) "Una historia de media noche"

Desde luego como es la gente, ¡para una vez que maté a un perro! Y no me refiero al refrán, bueno, en parte sí, en realidad hablo del accidente que acabó con la vida del Josan, el perro de mis vecinos. Una terrible pérdida. Sobretodo para la señora Pérez, que acostumbraba a pasearlo a la luz de la luna mientras su marido hacía macramé y collares de macarrones vestido de marinero recordando su primera comunión. Su psicólogo afirmaba que tenía el síndrome de Peter Pan, su mujer afirmaba que prefería al panadero.

Pero volvamos al trágico accidente. Todo sucedió la noche del 11 de agosto de 1998. Eran las once de la noche cuando me levanté del sofá al servicio para quitarme las lentillas e irme a dormir. Después de veinte minutos intentando quitármelas sin éxito, como si chocara con cristal, me quité las gafas y me fui a dormir. Cuando llegué al dormitorio, besé a Lulú, mi muñeca hinchable imaginaria, y le deseé buenas noches. Ella, fría como un trozo de plástico, no respondió. Algo nos pasa. Además ha cogido la costumbre de dormir con la boca abierta y ronca haciendo una especie de pitido uniforme que yo aprovecho para amplificar con una grabadora “playschool” y que así parezca que tenemos una alarma antirrobo.

La luz de la farola se vislumbraba entre las cortinas de tela amarilla de la habitación. Sentía un calor infernal, de esos que no te dejan dormir y hacen que se te peguen las sábanas al cuerpo cual momia egipcia, dejando esas marcas tan graciosas como extrañas en la piel. Me levanté cuando una gota de sudor se me metió en el ombligo y de un salto me incorporé. Observé estupefacto que una de las marcas de la sábana había dibujado el contorno de una figura extrañamente familiar en mi mejilla. Era la imagen de Santa Jalapeña. Como ustedes sabrán, Santa Jalapeña es la patrona de los recogedores de jalapeños del círculo polar ártico. Cuentan las escrituras que la señora Jalapeña fue castigada por los dioses a lamer la escarcha que había en los jalapeños eternamente debido a que se vio sorprendida comiendo galletitas de pez saladas en un lugar inapropiado para ello. La encontraron con la boca llena de galletitas sentada en una grapadora gigante que había para una exposición de material de oficina ártica. La señora Jalapeña se atragantó y debido a los espasmos provocados por la situación, grapó una capa de hielo provocando que se inundara toda la cosecha, lo que supuso que los dioses descargaran su rabia contra ella y que las galletitas de pez salieran nadando de allí. Pero esa es otra historia.

Al ver la marca de Santa Jalapeña me paré a pensar acerca de lo misteriosa que resulta la naturaleza y cómo las casualidades más estúpidas te hacen replantear tu existencia. ¿Sería esa marca en la mejilla una señal? ¿Tendría un significado oculto el hecho de que se marcara esa figura? Cuando llueve, ¿nos mojamos más corriendo o caminando? ¿Porqué “todo junto” se escribe separado y “separado” todo junto?...El desconcierto se apoderó de mí y fue entonces cuando puse en práctica una famosa técnica de relajación hindú consistente en sentarse sobre una pierna hasta que el hormigueo de la pierna llegara y se adormeciera. El siguiente paso era levantarse con la pierna dormida e intentar no despertarla. La técnica fracasó cuando confundí el hormigueo de la pierna con un cólico nefrítico debido a un ataque de hipo. A todo esto Lulú continuaba profundamente dormida. Nota mental: tenía que revisar mi manual de relajación. Y mi matrimonio. Me puse un batín y me dirigí sigiloso (todo lo sigiloso que se puede ser con el pijama forrado de cascabeles que me había regalado mi suegra) hacía la puerta de la calle para ver si con un pequeño paseo y el aire fresco podía quitarme de la mente la imagen de Santa Jalapeña en mi mejilla.

La ciudad estaba dormida. Los grillos cantaban, y aunque el primero por la izquierda desafinaba un poco, era una melodía agradable. Empezaba a sentirme mejor cuando de repente noté que algo frío se movía entre mis pies. Era un pequeño gusano despistado que buscaba la parada de taxis y que se había metido por el agujero del dedo gordo del calcetín derecho que todos los calcetines tienen de fábrica. Era increíble… ¡Todo el mundo sabe que la parada de taxis está en el otro pie! Inmovilizado por el horror (soy fóbico a los gusanos desde que una vez me atraganté con una bolsa de ganchitos caducados entre los cuales se había colado una bolita de chocolate. Y la boca, habituada a no masticar y al encontrarse con un elemento consistente dejó de trabajar e hizo una huelga apoyada por la lengua y provocando el caos que me llevó a estar hospitalizado una semana), notaba como el gusano empezaba a subir entre mis piernas. Santa Jalapeña reía a carcajadas desde mi mejilla. Creo que no le caigo muy bien. Yo, desesperado, con una mano intentaba tapar la boca de Santa Jalapeña para no despertar a los vecinos y con la otra me tapaba la nariz intentando caer inconsciente por falta de oxigeno y así huir del gusano trepador de piernas. Pero lo máximo que conseguí fue que la Santa me mordiera y notar que tenía que cortarme las uñas cuando me hice un tercer agujero en la nariz. El gusano seguía subiendo…

De repente noté algo en la pierna. Resultó que la técnica de relajación hindú era de efecto retardado y empezó a dormírseme la pierna derecha. La imagen era dantesca. La pierna izquierda la siguió por mimetismo cayendo las dos en un sueño profundo del cual no despertarían si no era por el beso de un apuesto príncipe. Y el gusano ya estaba en mis abdominales. Bueno, supongo que eran los abdominales, dicen que todos tenemos, pero yo debo ser un producto defectuoso o de otras temporadas, puesto que lo más parecido que tengo a un músculo es… bueno, otro día contaré la historia de mi formación anatómica ya que merece un capítulo aparte.

Desesperado, llegué arrastrándome por el suelo al timbre de mi piso. Mientras, el gusano había congeniado con Santa Jalapeña y hablaban de hacer un viaje a Benidorm. Al no llevar gafas, después de encender cinco veces la luz, conseguí tocar el timbre de verdad. Lulú parecía no despertar. Días después me confesó que estaba teniendo un sueño profundo en el que un hada madrina le concedía el deseo de ser de carne y hueso. Eso me dio una idea para un cuento que tratara de un muñeco falso que cobrara vida y se volviera real pero que cuando mintiera le pasara algo para que se le notara. Pero no pude patentar la idea porque altas figuras políticas se sentían aludidas.

Con el ruido del timbre desperté al señor Pérez que empezó a tirarme los macarrones de sus collares desde su ventana mientras gritaba “¡no invadirás mi barco pirata de playmobiiiiiiiiil!” Con el revuelo se empezaron a encender luces de toda la manzana de la urbanización, el gusano, al ver la manzana, se despidió de Santa Jalapeña no sin antes jurar y perjurar que la llamaría y que la esperaría durante el tiempo que hiciera falta. La señora Pérez apareció por la esquina apurada subiéndose con una mano la falda y sujetando con la otra cuatro barras de pan, un pan moreno, una chapata y cuarto y mitad choped. Viéndose sorprendida en el desliz amoroso y culpándome a mí de ello, empezó a pellizcarme las pestañas hasta que parecí el maniquí de un centro comercial, eso si, mucho menos natural. Y fue entonces cuando saltó la sorpresa.

Santa Jalapeña, en un ataque de amistad hacia mí saltó desde mi mejilla hasta las patas de gallo de la señora Pérez desde donde empezó a soplarle en los ojos, hasta que la volvió loca provocándole un colapso de córnea y ensuciándole los cristalinos que acababa de limpiar el día anterior cuando había hecho limpieza general. Esto encendió aún más la ira de la señora Pérez que no pudo aguantar más y confesó a viva voz su desliz con el panadero. Sintiéndose culpable, decidió hacer una penitencia que consistiría en contar los adoquines de todas las estaciones de tren del País, multiplicándolas por dos y dividiéndolas por la enésima raíz al cubo. Tarea a la que le acompañó Santa Jalapeña a cambio de unas galletitas de pez y una grapadora color azul marino tirando a rosa.

Mientras, el señor Pérez se había puesto un parche en el ojo y como no tenían loro, para parecer un pirata se puso a su perro caniche francés, el Josan, en el hombro y, escoba en mano, saltó desde la ventana de su cuarto piso. Yo aún tenía las piernas dormidas pero en un acto de heroicidad (ya saben que situaciones límites el cuerpo humano triplica su fuerza) llegué a salvar la escoba. El señor Pérez echo a volar dejándonos a todos con la boca abierta mientras gritaba “¡soy Peter Pan!¡Soy Peter Paaaaaan!”. Desde entonces el psiquiatra del señor Pérez está en tratamiento por un brote esquizoafectivo provocado por que él quería ser Campanilla y el señor Pérez no le adjuntaba.

Y ustedes dirán ¿Y el Josan? ¿Cuál es el accidente? ¿Todo esto para qué? ¿Cuánto vale pí? No se apuren. Yo se lo explico. El Josan cayó encima de mis piernas adormecidas por la técnica de relajación hindú, lo que provocó que una de las piernas se despertara. Mis piernas son muy malhumoradas si las despiertan bruscamente por la mañana y no les llevan el desayuno a la cama, sobre todo la izquierda que la tengo algo más consentida por ser hija única, por lo que respondieron dando una patada al Josan. El Josan fue a parar a la puerta del panadero, recién abandonado por la señora Pérez que, despechado, se abrazó a el. Debido al pelo de algodón del caniche francés y las lágrimas del panadero, el caniche encogió quedándose del tamaño de un llavero.El panadero asustado volvió a tirar al Josan hacia mí, pero esta vez cayó en un sitio menos doloroso para él pero más para mí. Se me metió en el agujero de la oreja izquierda. Obnubilado por todo lo sucedido no me di cuenta de que ya había amanecido.

La gente volvió a sus casas tras tal espectáculo y Lulú despertó de su letargo y me abrió la puerta del piso. Volví a la cama. Tras contarle lo sucedido a Lulú, ésta no daba crédito a lo sucedido a juzgar por la cara de sorpresa que tenía con la boca abierta. Sobre todo no entendía cómo había galletitas pez saladas en el ártico y quién se encarga de ponerle la sal a cada pez para que sepan igual, todo lo demás le parecía más razonable. Una vez recuperado del estado de shock procedí a sacarme al Josan de la cabeza, literalmente hablando. Probé con bastoncillos para los oídos, a hacer presión, usé un desatascador y nada… Hasta que accidentalmente estornudé y el caniche salió disparado al tazón de cereales que comía Lulú. Lulú iba a comerse al Josan cuando de un salto triple mortal que me valió la máxima puntuación del jurado que se encontraba en la sala de estar (10, 10, 6,10 puntos respectivamente… el tercero me tiene manía) evité que el Josan acabara en el estomago plastificado de Lulú, que a menudo afirmaba sentirse hinchada. Yo le decía que no podía ser eternamente una muñeca, que los años no perdonan, pero ella se resistía a envejecer. Cabe destacar que quedé segundo en el campeonato de salto libre de mi sala de estar por detrás del Jhonny, mi cactus japonés.

El caso es que parecía que el Josan estaba a salvo. Y, orgulloso, salí a la ventana a gritar que lo había salvado. Ante el clamor de la multitud el sol me dio en la nariz e hizo que volviera a estornudar, con tan mala suerte que el Josan acabó cayendo desde el ático. Y ese fue el final del Josan. Desde entonces ya no se me aparecen figuras místicas en la mejilla debido a las sábanas, sino que me sale la imagen del Josan en la ingle. Tampoco Lulú ha vuelto a roncar con pitidos, sino con miniladridos, lo que ha provocado que los cacos crean que ya no tenemos alarma y nos hayan atracado tres veces en lo que llevamos de mañana. Aunque la tercera vez, hemos entablado amistad con los cacos llegando incluso a planear unas vacaciones en Teruel en plan dobles parejas con opción a intercambio. A Lulú le hace mucha ilusión la idea. Y el viaje también.